lunes, 9 de octubre de 2006

Sobre la rutina, la costumbre y la felicidad

Hace algún tiempo que tengo olvidado este blog. Encontrar un momento de paz y de sosiego en este turbulento septiembre-octubre, comienzo de curso aquí en España, es algo difícil.
Vuelta al trabajo, a la rutina, a la costumbre.
Y, aunque desde fuera se contemple esto como algo aburrido, algo de lo que cualquier mortal pretendería huir, yo, te confieso Leonor mía, que adoro lo rutinario, lo acostumbrado.
Especialmente por la seguridad y la confianza que me da el hecho de que eso se repita.
Me gusta que se repitan las mañanas contigo, oírte decirme, quedo, al oído: "Buenos días, mami, es de día".
Me gusta la luz que entra discretamente por la ventana, y que nos va despertando a las dos poco a poco.
Me gusta prepararte el desayuno los domingos, y preparárselo a los abuelos, que vienen a desayunar también con nosotros.
Me gusta vestirte como una muñeca, y salir a la calle contigo, y llevarte de compras, o de paseo.
Me gusta que te sientes, como siempre, en mi regazo, "en el sillón de mami", como lo llamamos, y te quedes dormida en mis brazos.
Me gusta las veces que jugamos con la abuela, las tres juntas, y reímos, y la abuela recuerda cosas que te cuenta ahora a tí, y que hace cuarenta años me contaba, con el mismo tono, las mismas expresiones, a mí.
Me gusta esta rutina tranquila y segura, en definitiva, esta felicidad.
Y me da miedo perderla.
Mi mundo es una cuerda floja, en la que siento hago constantes equilibrios para no caer a ese vacío que temo y me atormenta.
Mi mundo es, también, un fiel reflejo del mundo de todos: un equilibrio inestable y precario que en cualquier momento, puede destruirse.
Una pueba nuclear en Corea del Norte, más tensión en Asia, más daño al planeta, más lejos de la paz, más cerca del vacío.
Hoy, no dejaba de pensar a qué clase de mundo te he traído, qué clase de mundo os vamos a dejar a los que ahora sois pequeños.
Desearía tener el poder de hacer algo.
Desearía poder saber qué hacer.