EL TIEMPO DETENIDO
Qué indefinible sensación produce la contemplación de una imagen tomada hace años, muchos años.
Acabo de ver la fotografía de mi madre, con sus hermanos y sus padres, mis abuelos.
Ver a mi madre con trece o catorce años, contemplar la ingenuidad, la inocencia en los rostros de todos ellos, una inocencia de quién confía absolutamente en la vida,que no teme a nada porque nada malo imagina.Me pregunto por sus pensamientos, sus deseos, sus ilusiones. Han pasado más de setenta años de ese instante: el abuelo avisando de que se vistieran bien, que se peinaran; el fotógrafo colocando la manta que había que poner de telón de fondo, y las sillas, que seguro que la abuela Antonia sacó de la casa; las órdenes del fotógrafo, diciendo dónde y cómo había que colocarse; la emoción de la fotografía, rara, poco común aún para la época...
Y ese día, que imagino de mediados de primavera, quedó quieto, sosegado, para siempre. Y aquí, yo, más de medio siglo después de esto, pienso en mi madre y en sus deseos de adolescente, en mi abuelo, en mi querida abuela Antonia, en mis tíos...y pienso en qué pensaban, con esos rostros de niños, ajenos al dolor, a la enfermedad; ajenos a los extraños recovecos por donde la vida los llevaría, tan lejos de los pensamientos que tenían en ese momento.





