viernes, 4 de agosto de 2006

Lejos de Beirut

Últimamente evito las noticias de la televisión. Las imágenes que vienen de Beirut, de Irak, o de otros lugares del mundo me dejan consternada. No dejo de pensar en la suerte que he tenido al nacer donde lo he hecho, y, por tanto, no puedo evitar establecer comparaciones, y sentirme enormemente frívola al contemplar los resultados.
Pensamos solo en poseer: cosas, objetos, personas. Ambicionamos todos los posibles aspectos materiales que la vida nos pueda ofrecer, y esa ambición puede no tener límite.
Hace más de cuarenta años que mis padres se casaron. En aquella época, todo era diferente.
Se casaron tus abuelos, y no disponían de casa propia, ni tenían ésta amueblada completamente. Cuando compraban una prenda de vestir, recuerdo aún que muchas veces se decía, alabando su calidad: "Te durará para siempre".
Hoy en día nos aterra que un abrigo, un pantalón, no se estropee, porque, entonces, debemos buscar más excusas para comprarnos otros.
Antes se heredaba con orgullo el traje que tu padre había dejado como nuevo, objetos que la generación anterior había usado, se trasladaban a la siguiente, y uno se emocionaba al recibirlos. Quizá esto ocurría porque existían pocas cosas, y tenían el valor que se merecen.
Hoy hay tantas, estamos tan cosificados, que el valor viene más determinado por el número.
(Tengo tantos pisos, varios coches, estas joyas, tantos zapatos.....plurales y más plurales).
El otro día mi madre dijo algo que me estremeció: "Tú te has gastado más dinero en chupetes que yo en criarte a ti y a tus hermanos".
Mis padres, como los padres de la generación anterior, unían sus vidas en la juventud, para trabajar y proyectar la vida juntos. Sabían que les esperaban años de esfuerzo y sacrificio, de ahorro, de criar a los niños, de vivir, en definitiva.
Eran jóvenes, tenían la vida por delante, y no existía el miedo.
Ahora, cuando una pareja se casa, debe tener casa propia, amueblamiento completo, coche, etc...(Y, por supuesto, los hijos deben tenerlo todo, y no carecer de nada ) materialmente hablando, claro.
Qué clase de niños estamos criando? No es malo el esfuerzo y el sacrificio, porque fortalece nuestro carácter, y hace que valoremos lo que tenemos, que cobre un significado. Incluso el sufrimiento puede aportarnos algo positivo, y es la carga de humanidad que nos deja, puesto que nos despoja de nuestra arrogancia.
He visto algunas navidades, cuando hemos saturado a los niños de juguetes (cuatro, cinco paquetes para cada niño), ir abriendo un regalo y sin apenas mirarlo, pasar al siguiente, y luego decir ¿Y no hay más? Decidimos entonces que uno sólo y listo.
Creo que hay que despojarse de las cosas, literal y figuradamente. Cuando lo haga, sé que lo que quede seré yo.
No deseo ahogarte entre la posesión y la frivolidad que nos inunda. Porque sería como tender una cortina entre ti y el mundo, y lo que sería peor, porque sería como colocarte una máscara que evitaría que tu misma te contemplases tal cual eres.
Para saber qué es lo que realmente tiene para mí valor, intento imaginarme qué sería lo que por encima de todo, me gustaría que llegase a tus manos. Y, está claro: de todo lo que inunda mi casa en cuanto a objetos se refiere, lo realmente importante, cabría en una caja. Todo lo demás, debería de sobrarme.
Qué cosas, ¿verdad, Leonor? Ni un solo libro salvaría de los varios miles que me rodean, salvo tres o cuatro (son los que tengo desde la infancia:La isla del tesoro, uno de L.M.Alcott, Guillermo Tell, uno sobre expediciones al Polo Norte, y la Biblia que me regaló la abuela, dedicada por ella).
Cuando naciste, no quise comprarte ninguna cuna, porque me pareció que el mejor sitio donde podías dormir era en la cunita donde tus primos durmieron cuando eran pequeños, ya que era la más antigua que teníamos. Recuerdo la vieja cuna de madera que había en la antigua casa del pueblo, una cuna hecha a mano, y por la que al menos habían pasado tres generaciones, yo incluída. Me hubiera gustado que tú la hubieras disfrutado, que hubieras dormido en ella, impregnada de una decena de niños que nacieron en la familia y vivieron durante el último siglo.
Y me hubiera encantado conservar el vestido con el que me bautizaron, porque hubiera sido para ti. De todas formas te guardo el que tú llevaste, con la esperanza de que tu hija o hijo lo lleve también.
Siguen cayendo bombas sobre Beirut, sobre el país de los cedros, sobre la antigua Fenicia. Sigue habiendo dos lados del mundo. Por ahora estamos en el más afortunado.

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