viernes, 9 de enero de 2009

Nieve

Principios de enero. La ola de frío que nos invade parece que tocará a su fin. Y, un año más, la nieve no ha querido mostrarse en Granada. Sólo unos pequeños y breves copos hacia el mediodía del jueves, pero nada más. Unos copos livianos y diminutos.
Ayer esperé contemplar ese ambiente previo a la nevada, pero no llegó.

Hay un invierno perdido en mi memoria, no recuerdo de qué año ni exactamente en qué lugar, creo que siendo yo pequeña: el color blanco del cielo justo antes de romper a nevar, que es cuando más frío está el ambiente; los copos de nieve cayendo lentamente, muy despacio.
Y entonces me doy cuenta que el aire que me envuelve se ha vuelto blanco, que toda la naturaleza que me rodea está en silencio: no hay ruido de animales, no hay ruido de gente, no se mueve ningún árbol, no hay viento que susurre nada, sólo una enorme quietud envuelta en mil tonalidades de blanco.

Cada vez que veo la nieve -y son pocas veces- espero recobrar ese ambiente que una vez pude contemplar, y que llenó mi alma de una gran serenidad.
He encontrado una fotografía de la última vez que nevó en Grandada. Fue el año en que naciste, y hace justo ahora, seis años.
Recuerdo que hacía pocas semanas que me había enterado de que estaba embarazada. Ese día me desperté, y vi que Granada estaba totalmente cubierta por un manto blanco.
No fui al trabajo, las clases se habían suspendido porque el transporte escolar no había podido hacer las rutas. Me quedé en casa con Ceci. Y miré con ella en brazos la nieve desde mi ventana.



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